Josep Moya Ollé
Opinión

Más reflexiones sobre la prevención de incendios forestales

Josep Moya Ollé

Martes 2 de septiembre de 2025

6 minutos

La OCU lanza una campaña para ayudar a los afectados por incendios forestales a reclamar daños (Gustavo de la Paz / Europa Press)

Martes 2 de septiembre de 2025

6 minutos

Los datos son conocidos: en el momento de escribir estas líneas el número de hectáreas quemadas desde enero hasta finales de agosto de 2025 en España asciende a 393.278, siendo las comunidades autónomas más afectadas Galicia, Asturias, Castilla y León y Extremadura. Y, como ya señalé en un artículo anterior, el síntoma se repite: los enfrentamientos en el seno de la clase política ocupan tantas o más páginas que las noticias referentes a los propios incendios.

En este contexto, el líder del Partido Popular, el Sr. Alberto Núñez Feijóo, ha anunciado que presentará un plan para atender a las zonas afectadas, donde se especifica una ayuda inmediata a los afectados, la reconstrucción de los pueblos y la preparación ante futuros eventos.

El plan incluye, como señala el periodista Javier Escartín, la adopción de una serie de medidas dirigidas a la prevención de los incendios, punto fundamental ya que, dadas las circunstancias del cambio climático y las particularidades de la orografía española, las tareas de extinción son, como la realidad ha demostrado dramáticamente, cada vez más complejas y comportan muchos riesgos en vidas humanas, como también ha sucedido. En este sentido, el Sr. Feijóo propone estudiar "qué prácticas forestales o ganaderas tienen un impacto negativo en la previsión de los incendios”, así como la profesionalización de Protección Civil. 

Pero, y este es el punto en el que quiero detenerme especialmente, el plan incluye un registro de pirómanos a nivel nacional en el que deberían aparecer todos los condenados por provocar fuegos. Todos ellos, incluso, tendrían que utilizar pulseras telemáticas de localización.

Esta medida se basa en el supuesto de que un número considerable de incendios forestales está provocado por pirómanos. Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales en su quinta edición (DSM-5), la piromanía se define por los siguientes criterios: 

A. Provocación de incendios de forma deliberada e intencionada en más de una ocasión.

B. Tensión o excitación afectiva antes de hacerlo.

C. Fascinación, interés, curiosidad o atracción por el fuego y su contexto (por ejemplo, parafernalias, uso consecuencias).

D. Placer, gratificación o alivio al provocar incendios o al presenciar o participar en sus consecuencias.

E. No se provoca un incendio para obtener un beneficio económico, ni como expresión de una ideología sociopolítica, ni para ocultar una actividad criminal, expresar rabia o venganza, mejorar las condiciones de vida personales, ni en respuesta a un delirio alucinatorio, ni como resultado de una alteración del juicio (ejemplo trastorno neurocognitivo mayor, discapacidad intelectual —trastorno del desarrollo intelectual— , intoxicación por sustancias).

F. La provocación de incendios no se explica mejor por un trastorno de la conducta, un episodio maniaco o un trastorno de la personalidad antisocial. 

Quiero resaltar el criterio E: No se provoca un incendio para obtener un beneficio económico, ni como expresión de una ideología política, ni para ocultar una actividad criminal. Es necesario distinguir entre pirómanos e incendiarios. El incendiario es un individuo que provoca incendios con premeditación y planificación y, además, no está sometido a un impulso “irresistible”, como sí ocurre en el pirómano.

En cuanto a su prevalencia, el DSM-5 establece que la piromanía como diagnóstico primario parece ser muy rara. Entre una muestra de personas que llegaron al sistema penal por provocar incendios repetidamente, solamente el 3,3% tenía síntomas que cumplían todos los criterios de la piromanía.

Un aspecto que debe tenerse muy en cuenta es el que se refiere a la comorbilidad de la piromanía. Por comorbilidad se entiende la presencia de dos o más enfermedades, trastornos o afecciones en un mismo individuo de forma simultánea. En el caso de la piromanía, el DSM-5 considera que hay una alta concurrencia con otros trastornos psiquiátricos, como el consumo de sustancias, los trastornos depresivos, el trastorno bipolar y otros trastornos disruptivos, del control de los impulsos. En la práctica, ello puede suponer que algunos casos de piromanía coexisten con depresión o el trastorno bipolar, en consecuencia, la utilización de pulseras telemáticas de localización en enfermos mentales graves comportaría aumentar el estigma social, ya de por si considerable, así como interferir en el proceso terapéutico.

Hasta aquí unas breves consideraciones sobre la piromanía y su papel en la provocación de incendios forestales. Un papel mucho más relevante es el desempeñado por otros factores. Por un lado, están los incendios provocados de manera accidental o negligente como, por ejemplo, cosechar cuando hace mucho calor y la maquinaria puede provocar un incendio, como ha señalado Sara Mateos, agente medioambiental en León, que ha añadido que sólo una minoría de incendios forestales intencionados son provocados por pirómanos. Según Eduardo Tolosana, decano del Colegio Oficial de Ingenieros de Montes, el 68% de los fuegos provocados (dos tercios) están relacionados con las actividades de la agricultura y la ganadería.

En lo que se refiere a la intencionalidad, la Fiscalía General del Estado establece que en 2023 el 68% de los incendios fueron causados por negligencias y el 19% fueron intencionados. Esas cifras son muy similares a la media de los últimos cinco años: el 68,79% fueron provocados por una actitud negligente y un 23,98% por una acción deliberada y consciente. Por tanto, solo uno de cada cuatro incendios en España habría sido intencionado. 

Los datos indican claramente que la piromanía no es la principal causa de los incendios forestales, sino de únicamente un mínimo porcentaje. En consecuencia, parece que centrar el foco en ella supone invertir tiempo y recursos en un factor de escasa relevancia.

En cambio, hay otro aspecto que sí tiene una gran relevancia: los recursos destinados a la prevención de incendios forestales. Según datos de la Asociación Nacional de Empresas Forestales, que recoge la información aportada por la Administración General del Estado y las CC.AA, la inversión en prevención de incendios forestales se ha reducido a la mitad en apenas 13 años. En 2009, la partida presupuestaria destinada a estas labores ascendió a algo más de 364 millones de euros. En 2022, último año con datos actualizados, esta inversión cayó hasta casi 176. Es decir, un 52% menos.

Es también necesario recordar, son las comunidades autónomas las que tienen las competencias en prevención y extinción de incendios forestales, mientras que el Estado despliega los medios de apoyo, como pueden ser los efectivos aéreos o la UME (Unidad Militar de Emergencias).

En mi artículo anterior, ya me referí a las medidas propuestas por la WWF España, y quiero resaltar las de reforzar la rentabilidad y los usos tradicionales del monte y la de generar cultura de riesgo y conexión social con el bosque. Quizá una medida muy rentable sería la de construir y promover una cultura de amor a los bosques en los centros de enseñanza. Nuestros niños y jóvenes han de comprender la importancia de los bosques por su capacidad para absorber dióxido de carbono (CO2), el principal gas de efecto invernadero responsable del calentamiento global. A través de la fotosíntesis, los árboles capturan el CO2 de la atmósfera y lo almacenan en su madera, raíces y suelo. Es así como los bosques actúan como gigantescos sumideros de carbono y mitigan los efectos del cambio climático. Además, los bosques albergan una amplia variedad de especies animales y vegetales y previenen la erosión y el deslizamiento de tierras, elementos repetidamente señalados por expertos de diversas disciplinas. 

En resumen, el problema de la prevención de incendios no se va a resolver con medidas dirigidas a individuos concretos, sino centradas en el conjunto de factores que sí tienen un papel relevante, como los aquí mencionados.

Sobre el autor:

Josep Moya Ollé

Josep Moya Ollé

Josep Moya Ollé (Barcelona, 1954) es psiquiatra y psicoanalista. Actualmente es presidente de la Sección de Psiquiatras del Colegio Oficial de Médicos de
Barcelona.

Ha trabajado activamente en el ámbito de la salud pública, siendo presidente del comité organizador del VII Congreso Catalán de Salud Mental de la Infancia y psiquiatra consultor del SEAP (Servei Especialtizat d'Atenció a les Persones), que se ocupa de la prevención, detección e intervención en casos de maltratos a mayores.

Es el fundador del Observatori de Salut Mental i Comunitària de Catalunya.

Su práctica clínica privada la realiza vinculado a CIPAIS – Equip Clínic (Centre d’Intervenció Psicològica, Anàlisi i Integració Social) en el Eixample de Barcelona.

Como docente, imparte formación especializada en ACCEP (Associació Catalana per a la Clínica i l’Ensenyament de la Psicoanàlisi), en el Departament de Benestar Social i Família y en el Centro de Estudios Jurídicos y Formación Especializada del Departament de Justícia de la Generalitat de Catalunya.

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