Una de cada diez personas sufre soledad persistente: el drama del que nadie habla
Un estudio liderado por universidades españolas sigue durante 12 años a miles de adultos
La receta para combatir la soledad comprobada científicamente
Un estudio liderado por la Universidad Complutense de Madrid (UCM), la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), el Parc Sanitari Sant Joan de Déu (Barcelona) y el CIBER de Salud Mental ha seguido durante 12 años a miles de adultos y ha confirmado una realidad de la que nadie habla: una de cada diez personas vive con una soledad persistente que condiciona su bienestar emocional y su salud.
Este gran estudio tiene como objetivo último identificar los factores sociodemográficos, psicológicos, sociales y de salud que influyen en las distintas trayectorias de soledad a lo largo del tiempo.
La investigación, publicada en Journal of Affective Disorders, analiza la evolución de la soledad en adultos españoles a lo largo de 12 años e identifican dos grupos: sin soledad o baja y y otro con niveles de soledad moderada a alta. El primer grupo de personas que manifestaban no sentir soledad o bajos niveles de soledad a lo largo del tiempo es mayoritario (87,86%), no obstante, un 12,14% de los participantes (con fluctuaciones a lo largo del tiempo) manifestaron niveles de soledad moderada a alta.
Para llegar a esta conclusión, el estudio analizó datos de un total de 4.537 participantes procedentes del estudio longitudinal Edad con Salud, que fueron seguidos hasta en cuatro ocasiones durante un periodo de tiempo que abarcó 12 años. Los participantes tenían, en promedio, cerca de 60 años y eran en su mayoría (54,75%) mujeres. Además, destaca que 2 de cada 10 personas vivían solas.
Blanca Dolz del Castellar, primera autora del artículo e investigadora de la Universidad Autónoma de Madrid y en el CIBER de Salud Mental, explica a este diario que el hecho de que el grupo mayoritario sea el de baja o nula soledad "no nos resultó sorprendente y, de hecho, era lo esperado a la luz de la literatura previa", pues "diferentes investigaciones señalan que, aunque la soledad es una experiencia común, su prevalencia en población general no es excesivamente alta", y mientras que "un patrón consistente es que la mayoría de la muestra presenta niveles bajos y estables de soledad, las trayectorias con niveles elevados y crónicos son siempre minoritarias".
"Estos hallazgos también encajan con la perspectiva teórica. La teoría evolutiva de la soledad propuesta por John T. Cacioppo y colaboradores la conceptualiza como una señal adaptativa, similar al hambre o la sed, que surge para motivar la reconexión social", añade la investigadora, que explica que, teniendo esto en cuenta, "sentir soledad de forma puntual no tendría por qué constituir un problema en sí mismo, sino que podría entenderse como una experiencia transitoria y adaptativa. Es decir, es esperable que en algún momento todos podamos sentir soledad. Lo que resulta problemático es la cronificación de la soledad, que puede tener consecuencias más negativas a nivel psicológico, social y de salud física".
Por todo ello, considera que "la identificación de una minoría de personas que persisten en niveles moderados-altos de soledad subraya la importancia de centrar los esfuerzos preventivos e interventivos precisamente en ese subgrupo vulnerable". "Lo relevante de nuestros resultados tiene que ver con esto, el haber comprobado que efectivamente parece que hay un grupo de personas para quienes la soledad tiende a cronificarse, y en poder identificar qué personas y qué circunstancias pueden tener relación con esta cronificación, de tal modo que podamos trabajar para prevenir o intervenir en aquellas que sean modificables o poder prestar mayor atención a aquellas que no sean modificables para poner en marcha los recursos que sean necesarios" para, en última instancia, conseguir evitar que este problema se cronifique.

Factores que aumentan el riesgo de soledad
De hecho, los investigadores también observaron factores que aumentaban el riesgo de presentar niveles de soledad moderada o alta, como era estar viudo, separado o no haber estado casado, vivir solo, ser migrante, tener depresión, quejas de memoria, ideas suicidas, pérdidas de memoria o aislamiento social.
En cambio, factores como el apoyo social, la confianza social y una mayor satisfacción con la vida disminuían este riesgo de soledad. Es decir, "actúan como factores protectores", tal y como destaca la investigadora.
Blanca Dolz del Castellar, explica que "la soledad es un problema de salud pública con un impacto significativo en la calidad de vida", por lo que "identificar grupos de personas en riesgo y factores modificables que la agravan o la mitigan es clave para desarrollar políticas efectivas de evaluación, prevención y apoyo".

Es necesaria una aproximación integral para abordar la soledad
Asimismo, el estudio hace referencia a la necesidad de "una aproximación integral" para hacer frente a la soledad, que ha sido reconocida con los años como un problema de salud, para lo cual se requeriría combinar esfuerzos no solo individuales, también comunitarios y gubernamentales y así reducir sus efectos negativos.
Elvira Lara, investigadora del Departamento de Personalidad, Evaluación y Psicología Clínica de la Universidad Complutense de Madrid, destaca, a su vez, "la necesidad de llevar a cabo investigaciones centradas en aspectos meso, exo y macro sistémicos, que han sido menos tenidos en cuenta en las investigaciones, pero que podrían ser factores clave en la incidencia y cronificación de la soledad".
En este sentido, Castellar explica que cuando hablamos de este tipo de factores "estamos utilizando la perspectiva ecológica de Urie Bronfenbrenner, que nos recuerda, en este caso, que la soledad no depende únicamente de variables individuales, sino también de los contextos sociales e institucionales en los que las personas viven", como, por ejemplo, la familia, los amigos, el vecindario, las políticas laborales, los medios de comunicación, la forma en que se organiza el cuidado a mayores o los servicios comunitarios disponibles, así como los valores culturales, las normas sociales o las políticas públicas.
Tener en cuenta todos estos aspectos resulta "clave porque la evidencia disponible hasta ahora se ha centrado sobre todo en factores individuales (como la personalidad, la salud o las redes sociales inmediatas), pero sabemos que la soledad es un fenómeno multidimensional. Comprender cómo influyen las estructuras comunitarias, las políticas sociales y los marcos culturales puede ayudarnos a diseñar intervenciones más efectivas y sostenibles, dirigidas no solo al individuo, sino también al contexto en el que vive. Ya que todas estas circunstancias políticas, sociales y económicas pueden influir en nuestras probabilidades de conectar y de establecer relaciones sociales satisfactorias", aclara.
Frente a estos resultados, los autores del estudio destacan la importancia de desarrollar estrategias personalizadas de intervención para reducir el sentimiento de soledad.
"Existen diferentes grupos de personas con perfiles diferentes de soledad y, por lo tanto, es importante conocer estos perfiles para poder adecuar las intervenciones a las necesidades de la persona", señala la investigadora. "Hablando desde un punto de vista epidemiológico y con los datos encontrados en este estudio, podríamos por ejemplo indicar que de cara a realizar una intervención con una persona que presente una soledad moderada-alta que se mantiene en el tiempo, sería interesante poder evaluar si esta persona presenta una depresión, ideación suicida o está viuda o divorciada, entre otras cosas, puesto que son los factores de riesgo que hemos encontrado más relacionados con esta trayectoria, de tal forma que de cara a intervenir, podemos explorar en qué aspectos esta viudedad, separación, ideación suicida o depresión están impactando en la soledad para poder plantear la mejor intervención posible. Porque, por ejemplo, si la viudedad está impactando en que esta persona ha perdido a la persona en quien se apoyaba, la intervención tendrá que ir dirigida hacia mejorar la red de apoyo de la persona, pero si impacta en que ha perdido a la persona que realizaba las tareas básicas del hogar (compra, cocina, limpieza) y esta persona no sabe cómo hacerlo, la intervención tendrá que ir dirigida en otra línea".
Y de cara a la prevención, "los resultados de este estudio también pueden indicarnos en qué perfiles sería interesante explorar una posible situación de soledad si acuden, por ejemplo, a un servicio médico", añade.
Con todo, estos hallazgos resultan "relevantes tanto para identificar a los adultos en riesgo de desarrollar soledad crónica como para el diseño e implementación de intervenciones para reducirla", según destaca el estudio, que concluye que estos resultados "pueden tener implicaciones potenciales para la evaluación, prevención y gestión de la soledad en España", ya sea "destacando la importancia de personalizar las evaluaciones e intervenciones al considerar aspectos longitudinales y específicos de la persona para tomar decisiones más precisas", como "enfatizando la prevención al abordar aquellos factores modificables que pueden prevenir el aumento en los niveles de soledad y su cronificación".


