

Últimamente no hay día sin sobresalto, y no pienso en la guerra de Ucrania, ni en los problemas energéticos, ni en la enloquecida cesta de la compra. Pienso, como es natural, en el espionaje. Primero, de independentistas catalanes, ante los que solo tengo la duda de si fue legal o no. Si hubo autorización judicial, nada que objetar. Si no la hubo, habrá que buscar responsables y exigir responsabilidades. Lo de Pedro Sánchez y Margarita Robles es otra cosa. Fue una intrusión de autoría aún desconocida, que buscó información de Estado. Pero, en la decisión gubernamental de publicitar la noticia hubo por lo menos tres importantes lagunas: ¿se trató de oscurecer el espionaje a independentistas con el argumento de “también me espiaron a mí?” ¿Qué garantías de seguridad tenemos si se tarda un año en descubrir el ataque al jefe del Ejecutivo? ¿Por qué una grave información del gobierno carece de tanta credibilidad que suscita dudas en los demás partidos, que hablan de “casualidad” o “cortina de humo”? Creo que la explicación la dio el catalán Oriol Junqueras: “escasa credibilidad”. Si ese es el defecto del gobierno, el gobierno tiene un problema. Y los contribuyentes, también.