
Parte de lo ocurrido en las noches de Barcelona es terrorismo puro. Es terrorismo lo visto en televisión: un tipo que lleva gasolina, la tira a una furgoneta policial y le prende fuego. Es terrorismo atacar a policías con tan violencia que parecen buscar un muerto. Son formas de terrorismo planificar, difundir en Internet y ejecutar la guerrilla urbana. Fue terrorismo lanzar una bengala a un helicóptero de los Mossos en los sucesos de 2019, que parecen un ensayo de los disturbios actuales. Y es delincuencia próxima al terrorismo callejero destruir una comisaría, desvalijar tiendas, quemar mobiliario urbano y destrozar sucursales bancarias. Todo eso provoca miedo en los ciudadanos, daña la economía, hace considerar insegura a una ciudad admirable y deteriora la paz civil. Que la reacción de la alcaldesa sea pedir la libertad del rapero, da la razón a los radicales. Que la conclusión de parte del “govern” sea pedir la revisión del trabajo de la policía, da legitimidad a los violentos. Y que el independentismo siga sin condenar rotundamente el vandalismo solo permite un diagnóstico: muchos políticos han perdido los papeles.