
Lunes 23 de mayo de 2022
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Ustedes seguramente recuerdan el caso de un famoso artista llamado Farruquito que atropelló a una persona en un paso de peatones con resultado de muerte y fue vitoreado por el público cuando acudió a los tribunales. Probablemente recuerden también cómo el futbolista Leo Messi fue también vitoreado por ciudadanos que se concentraron a aplaudirle cuando acudió a prestar declaración acusado de fraude fiscal. Cuando estos hechos ocurrieron, lo atribuimos a la lealtad del público con sus ídolos, que suele estar por encima de consideraciones morales. No importa el delito que se le atribuye, sino la pasión que levanta como artista o como futbolista. Esta justificación se queda dramáticamente insuficiente ante el caso que hemos visto la semana pasada en Burjassot: los presuntos autores de una agresión sexual a dos niñas de 12 años fueron aplaudidos por sus amigos y sus familiares cuando el juez los dejó en libertad con cargos. Se puede tratar de entender la expresión de afecto de personas próximas. Pero esos chicos se habrán considerado héroes o, cuando menos, merecedores de admiración. No me extrañaría que estimulasen a algún imitador.
Entre aplausos y vítores, así han sido recibidos tras quedar en libertad vigilada los cinco menores detenidos por la presunta violación de dos niñas en Burjassot https://t.co/5N2M0cZKT0 pic.twitter.com/ZFcvojVNka
— EL MUNDO (@elmundoes) May 20, 2022