

A veces me pregunto qué sería de la política de este país sin encuestas. Las encuestas surten la crónica, alimentan las tertulias, fomentan la imaginación y permiten al ganador demoscópico hacerse ilusiones de que está tocando poder. Cuando ya se rozan las elecciones, como ocurre ahora en Castilla y León, las encuestas proliferan todavía más, pero este año con un factor distintivo: el CIS le lleva la contraria a lo que dicen las empresas privadas con espectacular unanimidad. Ayer mismo, si las privadas le “entregaban” el gobierno regional a una coalición de PP y Vox, el Centro que preside Tezanos se lo quitaba, proclamaba ganador al socialista Tudanca y dejaba que el gobierno fuese decidido por las nuevas listas de la “España vacía”. A cinco días vista, casi es más interesante saber quién acierta más, como si fuese una quiniela, que quien gana al final; pero hay algo que nunca sabremos: la cantidad de votos que hace ganar o perder el pronóstico de una encuesta. Este cronista tiene una convicción: en Madrid, Ciudadanos fue barrido porque lo anunciaban los sondeos. Es que, al anunciar la barrida, sus posibles votantes se empezaron a preguntar para qué tirar el voto.